A
la media hora estos llegaron y
encontraron el sobre en el suelo. La madre lo cogió y se dirigió a la
habitación de Abbey, tocando en la puerta al llegar a ella. – Hija, ¿qué hacia
el sobre en suelo? – Preguntó mientras abría la puerta y la mostraba el sobre a
su hija. – Me parece increíble que quieras llevarme a ese lugar, no es justo,
ahí no hay nada que ver, ¿qué quieres que haga yo allí más que morirme de asco
mamá? Eso no es un regalo de cumpleaños, ¡es un castigo! ¡Y no pienso ir!
–Replicó la joven, mientras la madre negaba con la cabeza. – Estás muy
equivocada hija y cuando lleguemos a Fregeneda, porque sí que irás, lo
comprobarás. –Dicho esto, la madre salió del cuarto de Abbey y empezó a preparar
las maletas para el viaje.
Ya
era dos de marzo y toda la familia conducía hacia ese pequeño pueblo de
Salamanca, aún con Abbey bastante enojada. Aunque al ir observando el bonito
paisaje que veía por la ventana del coche al acercarse al pueblo, empezó a pensar
que quizás no estaría tan mal aquel viaje. – Abigail, ya hemos llegado. –Dijo
el padre de esta mientras aparcaba el coche en frente de un acogedor hostal y
empezaba a sacar las maletas del vehículo. – Cuando estuvieron ya instalados en
sus respectivas habitaciones, la joven quiso salir a visitar el pueblo. Tardó
poco en verlo entero y una casita casi a las afueras la llamó bastante la
atención, no por lo grande, ni bonita, ni lujosa, ya que no lo era; sino porque
se le hacía conocida esa vivienda. Durante el paseo de vuelta al hostal, se
fijó en que la gente estaba algo alborotada, como si algo fuese a suceder. –
Perdone, ¿qué sucede para que todo el mundo se encuentre tan atareado hoy? –
Preguntó Abbey a una señora que pasaba por ahí, a lo que la señora contestó
brevemente, aunque con una sonrisa y siguió su camino después. – Mañana es la
fiesta de la flor del Almendro y todo tiene que estar listo.
¡Mamá!
¡Mamá! – Gritaba la joven entrando en la habitación de sus padres y cuando la
vio, no dudó en contarla todo lo que había conocido del pueblo, incluida la
extraña casita que se le hacía familiar. La madre sonreía, parecía que su hija
ya no consideraba tan mal regalo haber hecho ese viaje. – Y mañana hay una
fiesta, del almendro la llaman. ¿Iremos? –Dijo Abbey emocionada, ya que nunca
antes había visto almendros en flor, a lo que su madre respondió. – Por
supuesto cielo, para eso estamos aquí.
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